jueves, 19 de mayo de 2011

Un mapamundi de tesoros

© Manual para canallas

A los siete años mi niñez se extravió cualquier noche. A los nueve me dio varicela, algo tarde según yo. Cuando cumplí 11 mi hermana me descalabró de manera accidental y me quedó una cicatriz de cinco puntadas y es por allí, creo, que se me esfuman las pocas ideas brillantes que se me llegan a ocurrir…

Cuando era adolescente los ligamentos de mi rodilla izquierda se rompieron igual que mis ilusiones de enamorar a la chavita más guapa de mi barrio. Ya de adulto fui a parar un par de veces al quirófano y salí menos incompleto que las galletas Marías que compras en el Wal-Mart. Y encima de todo, además del recuento de huesos fisurados y los pellejos suturados, me ha tocado un corazón diezmado con el transcurrir de los años. No está de más decir que las relaciones enfermas, los fracasos sentimentales, me han convertido en un tipo huraño y desconfiado. “Disculpa si no me enamoro”, le advertí a Rousse la tercera vez que nos besamos, “pero es que ya no creo en sirenas ni en baladas que riman amar con desnudar”. Y nuestra relación se volvió más terrenal. Nos veíamos poco, nos regalábamos todo sin medida, nos abrazábamos como dos náufragos que necesitaban flotar. Y surcamos algunos mares desatados y retamos al oleaje de nuestras respectivas dudas. Y un buen día, mejor dicho una buena noche, dormimos como dos niños huérfanos frente a la tempestad. Y despertamos queriéndonos más y nos prometimos no engañarnos y ella me ha cumplido y yo me muero por seguir demostrándole que nunca le voy a fallar.

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La primera vez que vi a Rosalba, ella estaba sentada y de espaldas. Pero cuando la miré de frente lo único que pensé fue “wooow, que vieja tan guapa”. Luego nos presentaron. Evité mirarla, como si me resistiera al embrujo de sus ojos de gitana que adivinaría mis intenciones, hasta que ella me preguntó por cuarta vez que si “siempre eres así de serio”. Sonreí y procuré advertirle “no te fíes de las apariencias, porque en mí habita un tornado de emociones”. Y la reté a que me conociera, “para que veas que ya en confianza soy un atrevido”. Y me atreví con ella. Y se atrevió conmigo. Hubo química desde el primer momento. Y nos besamos como personajes de una canción de Joaquín Sabina, huyendo del frío y adentrándonos en los laberintos del fuego. Lo que comenzó como un reto se convirtió en un “te quiero” y luego se transformó en “te necesito” y ahora es una decreto que he firmado por triplicado: “Eres y serás, forever, la mujer de mi vida”. A veces la miro en silencio y me siento un hombre al que le han recompensado por todo el daño recibido. En ocasiones la cotorreo: “No sé si te mandó a mi lado algún dios espléndido o un demonio aburrido que quiere jugar conmigo”. Ella se ríe divertida y me devuelve la broma: “Pero si tú eres un diablo vacacionando en mis desvaríos”. En definitiva, esa mujer está hecha a mi medida. Lo compruebo a cada rato, cuando se acurruca en mi pecho, cuando la abrazo por la espalda, cuando mi mano se posa en su cadera y, sobre todo, cuando no tiene que ponerse de puntitas para besarme en cada despedida. Al principio yo le decía Alba, acaso porque ese nombre me encantaba o quizá por referencia de Luis Eduardo Aute y esa canción que resume:

“presiento que tras la noche
vendrá la noche más larga.

Quiero que no me abandones,
amor mío, al alba,
al alba, al alba”.

Hasta que me convencí, de tanto escucharlo, que era mejor llamarla como todo mundo. Y Alba se convirtió en Rousse. Y es la misma, y su sonrisa no cambia, ni la verdad de sus labios y mucho menos la franqueza de su mirada. Y es cada vez más inquilina de mi vida y más dueña de mis pensamientos, que cuando no está conmigo es cuando menos me encuentro. Pero cuando está a mi lado nunca me siento extraviado.

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Rousse tiene un discreto lunar junto a la boca y una sonrisa que me arrebata. Ella colecciona destellos y le encanta presumirlos en la mirada. Y me ilumina en los desvelos, en la semipenumbra desnuda de las madrugadas. Incluso a veces me siento un poco culpable por sentirme tan a gusto despertando a su lado. Y es que en este mundo regido por el egoísmo y la ambición, gozar de un huerto sembrado de armonía parece fuera de lugar. Y cada que escuchamos a Enjambre, le dedico alguna estrofa:

“Ella ahuyenta a los demonios,
ella tiene el temor de dios,
ella tiene la mano de dios.

Dios me habla por su voz”.

 

Y Rousse me señala cuando canta:

“No me mires con esos ojos,
que, que me deslumbran,
me derrumbas.

No me mires con esos ojos
porque te lo doy todo,
ni modo.

No me mires con esos ojos,
que me derrites,
me transmites.

La vergüenza del sol
y de su resplandor
se ve opacado,
a tu lado ohh ohh ohh”.

Rousse es experta en recordarme que mi corazón no está desahuciado, que algún dios bondadoso la puso en mi bando. Ella es mi Trópico de Cáncer henrymilleriano, mi mapamundi de tesoros, el planisferio de todas mis pasiones. Así que hoy decreto que me siento afortunado, porque no todos tienen el privilegio de encontrar a la mujer de su vida, ni de apreciar toda la poesía contenida en esa manera de andar, en esas formas tan suyas que me hacen delirar. Hoy decreto que soy suyo, como mío es su nombre en cada suspiro.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 19 de mayo de 2011

 

© Manual para canallas

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