jueves, 7 de abril de 2011

Hay mil formas de volar

tenis_adidas

Había tres cosas que deseaba con fervor en la secundaria: los besos de Alma Delia, unos tenis Adidas y volar. Pero, como siempre sucede cuando eres un chamaco sin muchas expectativas, nunca se me cumplieron los anhelos…

I) Alma Delia no era la más guapa de mi salón, pero a mí me encantaba. Era un conjunto de lo que a mi edad me parecían maravillas: su cabello siempre olía a comercial de la tele, la manera en que me sonreía iluminaba mis días, y además empezaba a madurar su adolescencia, así que el uniforme dejaba ver unas piernas firmes y unos senos que ya se antojaban poéticos. Pero yo no era un poeta en embrión, ni nada parecido; por el contrario, era un chamaco calenturiento, despertando a las inquietudes de los sueños húmedos y hojeando revistas para adultos.

Así que Alma Delia era la chica ideal en ese momento y cada que me peinaba antes de ir a la escuela yo luchaba con mis cabellos rebeldes con tal de sentirme al menos más presentable. Pero siempre hay un mechón rebelde que se empeña en hacerte ver como un tonto, acaso como un descuidado, y tus peinados normalmente terminan estropeados por mucho gel que te apliques. Lo que yo no sabía entonces, aunque lo deseaba, es que a esa edad las chavitas no se fijan en que seas buena onda. Ellas se enamoran de los chavos bonitos, de los verbo-mata-carita, de los que traen los mejores tenis o andan en motoneta. Y yo no era ni lo uno ni lo otro. Pero yo quería aferrarme a la idea de que podría tener sus besos. Éramos un poco amigos y yo le ayudaba en sus tareas de química, pero sus labios nunca se posaron en los míos. Sólo nos casamos, siguiendo la broma de sus amigas, en una kermés. Ya en tercero de secundaria ella maduró antes que yo y se hizo novia de un chaval de su cuadra, que iba por ella a la salida. El día que lo descubrí, supe que sus besos me estaban vedados. La historia de mi vida. Siempre me fijaba en la chica que no era la adecuada o quizá sólo no era para mí.

II) En segundo de secu yo participaba en todos los selectivos. Desde chavito fui bueno para los deportes, así que era el primero en apuntarme para las selecciones. Y estuve en el equipo de básquet porque era de los más altos. Y no pasé la prueba en la oncena de futbol porque el entrenador decía que me faltaba físico. Y sí, era más flaco que la quincena de un obrero, pero tenía técnica e idea. No fue suficiente y me escudé en el pretexto de que el técnico tenía sus favoritos. A otra cosa. También fui seleccionado de atletismo, para correr los 400 metros libres, porque tenía una gran zancada. Y gané las competencias de la zona y el profe de educación física me advirtió que tenía que prepararme mejor para los estatales. Aquel día llegué a casa muy contento, esperé a que mi madre llegara de trabajar y le conté de mi hazaña. “Ah, que bien”, comentó mientras la abrumaban las preocupaciones, “ahora ve a buscar a tus hermanos porque vamos a cenar”. Y mientras bebíamos café con galletas Marías volví a tocar el tema de los juegos estatales. Sugerí a mi madre que si me podría comprar otros tenis para aquel gran día. “Ya veremos”, mi jefa no era muy alentadora que digamos. Y todas las tardes, al regresar a casa, pasaba por el centro comercial y me detenía a ver unos tenis Adidas que yo sabía que me harían volar sobre la pista. Yo anhelaba esos tenis como si de ello dependiera mi futuro. El día que mi madre me dijo que sí me compraría otros tenis se me agrandaron los ojos y le expliqué que ya había visto unos que me gustaban. “¿Cuánto cuestan?”, preguntó con frialdad. Cuando le dije el precio giró la cabeza en señal de desaprobación: “Ni lo sueñes, están muy caros”. El sábado fuimos al centro comercial y ningunos tenis me gustaron, yo estaba obsesionado con aquellas maravillas con alas ficticias. Pero me compraron unos Charly que me parecieron horribles y que eran mucho más baratos. Había que conformarse. En los juegos estatales pasé las eliminatorias y en la final llegué segundo, así que me dieron una medalla que simbolizaba la plata. Yo estaba deshecho, había imaginado que llegaría a mi escuela con la de oro, que se la daría a Alma Delia y ella me besaría en señal de eres-mi-héroe. De regreso, en el camión, se me salieron un par de lágrimas mientras miraba por la ventanilla y entonces odié más que nunca mis zapatillas deportivas. Si hubiera tenido aquellos Adidas seguro que hubiera ganado. Una vez más me sentía en el ejército de los que se derrotan de antemano.

III) En mis vacaciones de verano me fui a buscar un trabajo porque me propuse comprarme los tenis que tanto me habían inquietado. Si no podía tener los besos de Alma Delia, si no había medallas de oro para mí, al menos esos Adidas tenían que calzar mis pies. Y entré como ayudante de Don Gelasio, un tipo que tenía una tienda y al que le decíamos así porque había empezado vendiendo gelatinas. No me pagaba gran cosa, pero yo ahorraba cada centavo. El día que se acabaron las vacaciones, no había juntado lo suficiente, así que pedí prestado a mi madre. Cuando fui por los Adidas, con mis billetes y un cambio, me llevé otro duro golpe. Ya habían subido de precio. Regresé deshecho, maldiciendo al destino, a los dioses, a los pinches usureros y hasta a mi mala suerte. Por la noche, aunque llegó muy estresada, mi madre tuvo uno de esos gestos que se le daban poco: me abrazó con ternura y yo me solté a llorar. Ella lloró conmigo y me pidió perdón por no poder darme todo lo que hubiera querido. En ese momento me sentí protegido de todos los infortunios. “Ya no estés triste mi´jo”, levantó mi carita, “en la quincena te completo para tus tenis”. Y lo hizo. Y cuando pagué por esos Adidas me sentí un poco el rey del mundo. “Me los llevo puestos”, sonreí cuando la empleada me preguntó que si me los ponía en la caja. Aquel fue el día más feliz de ese año y ya no me importó si Alma Delia me iba a querer algún día, ni las medallas que no había ganado. Seguí compitiendo en atletismo y también en básquetbol, fui creciendo, besé algunos labios de chicas que nunca me gustaron tanto. Y un buen día maduré un poco, sólo un poco, y comprendí que había mil maneras de volar. Y para levantar el vuelo no importa el calzado, ni los besos de la mujer soñada. Desde chavito soñaba con pilotear un avión. Ya lo hice, aunque sea por unos momentos, piloteé una avioneta Cessna. Ya viaje en helicóptero, ya me aventé en paracaídas y la sensación es inenarrable, pero he volado de otras mil formas, con los libros, con la música, con la imaginación. Y ahora uso tenis Converse, que son muy económicos y perfectos para sobrevolar por fronteras extrañas. Y nunca he vuelto sobre mis pasos, porque:

“estos tenis que han acumulado polvo
me han llevado a sitios generosos,
me han orillado a infinidad
de precipicios y acantilados
sólo para entender
que no le temo al vértigo ni al pasado.

Y también he comprobado que
puedo ser postergable
pero nunca seré olvidable”.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
07 de abril de 2011

 

 

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