Doce meses. Una docena de paisajes desérticos. Un inventario de calamidades. Doce capítulos para un año que se va al carajo. Un recuento de infames: el político, las mujeres huecas, los ambiciosos, los corruptos, las histéricas, los patanes, todos los que han “vendido” nuestro petróleo y aquellos que te dan tonterías en el intercambio de regalos...
Y así podríamos seguirle: el líder sindical que tiene yate en Miami, el político que engorda su lista de promesas, los corruptos que negocian con nuestra pobreza, el jefe de gobierno que nos ensartó con el alza en el Metro. Y párale de contar. Infames, los que nos obligaban a participar en el intercambio de regalos. Infames, los que te regalan el último disco de El Buki o Arjona. Infame, aquel lujurioso en el Metro. Infames, las mujeres que te condenan al olvido. Infame, el padre que no alimenta a sus hijos. Infame tú, infame yo, que cada año hacemos una lista de propósitos que nunca hemos cumplido.
Infame este país de nubarrones: Las mismas oportunidades, sexenio tras sexenio, año con año. Trabajos deplorables, niños que no van a la escuela, profesionistas desempleados, diabéticos con la esperanza amputada, maestros en paro, madres abandonadas, jóvenes sin porvenir, obreros sobreexplotados y ejércitos de adultos que nunca han sabido elegir el rumbo de esta patria accidentada. Decir patria no es país, ni un territorio minado, ni estas cenizas que estamos heredando, ni la bandera ondeando en la plaza, mucho menos esta geografía en el mapa. Justo pensaba en este recuento de infames, cuando un hombre ya mayor me pidió un cigarrito para calmar el frío. Su mirada era triste como el oficio de sepulturero.